2/6/09

La hambruna oculta

Por: Nicholas D. Kristof
The New York Times - News Service
Guinea-Bissau

Lo más desgarrador sobre la inanición en niños es su ecuanimidad.
No lloran. No sonríen. No se mueven. No muestran ni un destello de temor, dolor o interés. Pequeñitos, como zombis marchitos, cierran todas las operaciones no esenciales para emplear cada caloría para seguir vivos.

Nosotros en Occidente entendemos mal la inanición –en especial el hambre en aumento causada por la crisis económica mundial–, así es que junto con Paul Bowers, el estudiante ganador de mi concurso Gane un viaje, he estado viajando por cinco países del oeste de África y conociendo a los desnutridos.

En el extremo, eran como Maximiano Cámara, un niño de 15 meses aquí en Bissau, que estaba tan consumido que había riesgo de falla de los principales órganos. Sus costillas sobresalían, los ojos estaban vidriosos y la piel, tirante sobre los huesitos.

(Los médicos tratan de ayudar, pero están rebasados: uno de ellos me estaba enseñando a Maximiano cuando una enfermera entró corriendo desde otro cuarto con un bebé que había dejado de respirar. El doctor hizo una pausa, revivió al niño en la cama de junto, se lo regresó a la enfermera y entonces, calmadamente, retomó lo que me decía sobre Maximiano.)

Aun si Maximiano sobrevive, la inanición podría dejarlo físicamente atrofiado. O es posible que la desnutrición ya lo haya hecho con el cerebro.

Es imposible saber si Maximiano padecía inanición por la crisis económica o por la desnutrición crónica en este país, pero las penurias en el mundo en desarrollo se han exacerbado con los altos precios de los alimentos y la baja en las remesas de los trabajadores que están en el extranjero.

El Banco Mundial ha estimado que los objetivos de las Naciones Unidas para superar la pobreza en el mundo han retrocedido siete años con la crisis mundial. Calcula que el incremento en la desnutrición el año pasado pudo haber ocasionado que 44 millones más de niños padezcan discapacidad física o mental permanente.

No obstante, una de las ideas más equivocadas de Occidente es que la desnutrición severa simplemente se trata de no tener suficiente qué comer. Con frecuencia, se trata de no ingerir los micronutrientes correctos –hierro, zinc, vitamina A, yodo– y una de las formas más rentables para que la gente de fuera pueda combatir la pobreza es luchar contra esta “hambruna oculta”.

La desnutrición no es un campo glamoroso, así que todo el mundo lo descuida rutinariamente: gobiernos donantes, países pobres y, sí, periodistas. Sin embargo, la desnutrición tiene mucho que ver con una tercera parte a una mitad de todas las muertes infantiles cada año; la causa inmediata puede ser diarrea, pero subyacente está una carencia de zinc.

“Esa imagen de un niño muriendo de hambre es una hambruna que no representa la magnitud del problema”, nota Shawn Baker de Helen Keller International, una organización de ayuda con sede en Nueva York que trabaja en esta zona. “Por cada niño que está así, hay diez que están algo desnutridos y muchos más que carecen de micronutrientes”.

“La falta de hierro es la deficiencia nutricional más generalizada en el mundo, y, no obstante, realmente no se puede ver”, agregó.

Una razón por la que las mujeres mueren en el parto por hemorragias es que el 42% de las mujeres embarazadas en todo el mundo tiene anemia, según la Organización Mundial de la Salud. Y aquí en Guinea-Bassau, el 83% de los infantes menores de 5 años padece deficiencia de hierro.

Es típico que un estadounidense o un europeo tenga un nivel de hemoglobina o Hb de 13, mientras que las mujeres y niños anémicos de África en ocasiones lo tienen de cinco o menos.

“En Europa nos preocupamos cuando el Hb baja a nueve, y entonces consideramos una transfusión”, manifestó la doctora Annette Kroeber, una alemana que trabaja en una clínica de Médicos sin Fronteras para niños desnutridos en Sierra Leona. “Aquí, cuando obtenemos un Hb de hasta seis, nos sentimos muy contentos”.

El aumento general en los precios de los alimentos (en parte debido al uso estadounidense del maíz para el etanol) está conduciendo a más deficiencias en micronutrientes. Una investigación encontró que un incremento de 50% en los precios de los alimentos en países pobres conduce a una caída de 30% en la ingesta de hierro.

Una solución es distribuir suplementos a las personas vulnerables o fortalecer los alimentos con micronutrientes. Un panel de economistas prominentes produjo el “Consenso de Copenhague”, en el cual las formas de ayuda son las más rentables, y clasificó a los suplementos de micronutrientes como número uno (la prevención de la malaria fue el número 12, la sanidad pública 20 y los microfinanciamientos 22).

Es típico que los estadounidenses ingieran micronutrientes en alimentos fortalecidos, y la misma estrategia es posible en África. Helen Keller International está ayudando a los principales molinos de harina a fortalecer sus productos con hierro, ácido fólico y vitamina B (pronto habrá zinc) en Guinea. Visitamos el molino y los gerentes señalaron que los costos del fortalecimiento son prácticamente nulos, una pequeña fracción de un centavo de dólar por barra de pan, sin embargo, reducirá la anemia, la mortalidad materna y las discapacidades cognitivas en todo el país.

Nada de esto es glamoroso, pero enormemente necesario y una verdadera ganga.

Publicado por: El Universo

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